El comisario y mi padre
Se estaba volviendo una práctica habitual ir a la comisaría, día sí y día también. Tengo que encontrar una solución de forma rápida porque no es bueno ni para él ni para mí. La situación se va agravando, ya me lo dijo el médico, y cada vez va a peor ,pensé de camino a buscar a mi padre.
–Buenos días Jacinto!
–¡Buenos días Pepe!
–Está en la sala de espera. Ahora está tranquilo, no
te preocupes.
Atravesar aquella puerta, con la mirada de los
agentes siguiendo cada paso que me llevaba al despacho del comisario, estaba
siendo un suplicio. En el último mes había pasado por aquí unas cuatro veces.
Casi una por semana.
–Lo siento mucho –dije con un profundo pesar.
–¿Qué ha sido esta vez? –me preguntó el comisario entre
cansado por ejercer casi de niñera y, sin apenas mirarme a los ojos, revolviendo
papeles de su mesa.
Su entrecejo arrugado me pareció que estaba molesto
por tratar este tipo de asuntos
–Lo de la semana pasada. Aprovechó un descuido de la
cuidadora y salió escaleras abajo. Emilia se entretuvo con los paquetes de la
compra y en el tiempo justo de dejarlos encima del banco de la cocina, se escapó de casa.
–¿Pero no sabe ella de lo que es capaz una persona
enferma? ¿Acaso no le dejaste claro que
no lo podía perder de vista ni un solo momento?
–Claro que lo sabe. –Mi cabeza me decía
constantemente que ese error era imperdonable, pero era la quinta cuidadora que
contrataba y estaba muy desesperado.–¿Dónde lo han encontrado?
–Pues no te lo vas a creer, esta vez ha venido
directamente aquí
–¿Aquí? ¿A la comisaría?
–Sí, sí. Lo atendió el becario que tenemos en el
mostrador de la entrada, que por cierto es el primer día que lo tenemos, y ante
los gritos que empezó a dar tuvo que salir el policía de turno a ver qué
pasaba.
-¡Dios mío, qué espectáculo!–Me llevé la mano a la
frente como si la cabeza me pesara más de lo habitual que suele pesar una
cabeza.
–Parece
ser que estuvieron un buen rato intentando tranquilizarlo, oía los gritos desde
mi despacho, pero escenas como esa las tenemos de forma habitual y en ese justo
momento me encontraba en una reunión virtual. Con la puerta cerrada no
distinguía la voz. Pero el agente de guardia llamó a mi puerta: “señor comisario, ¿puede salir?”, le
dije que en cinco minutos acababa la reunión. Que lo entretuvieran como
pudieran porque reconocí entonces la voz que gritaba
Al
salir, después de ver a Cristóbal gritando, lo que me llamó la atención fue ver
al becario. Estaba pegado a la pared con los ojos abiertos como platos, las
manos bajadas y cruzadas por delante de la cintura. Observé los nudillos rígidos
por la presión que ejercía la mano
izquierda sobre la derecha. Su cabeza parecía como si observase una partida de
tenis: miraba al viejo y al agente, primero a uno y después al otro. Supongo
que no daba crédito a la forma en que el agente le hablaba, con un talante
condescendiente, voz parsimoniosa, y con mucho cariño, como si fueran viejos
conocidos. “Cristóbal, le he dicho que aquí no se venden billetes para
viajar.,” decía el oficial. “¡Pues yo de aquí no salgo sin mi billete!” Esta
última palabra sonó con un acento grave
y acompañada con un golpe de su mano arrugada sobre el mostrador. Sus ojos
fijos en la estantería detrás del agente donde había algunas carpetas y, con la
mano que le quedaba libre señalándola, continuó–¿Cómo que no se venden? ¿Y
todos esos billetes, es que están ya vendidos?
–Son
sólo papeles de oficina.
En
esos instantes, un compañero que venía de servicio traía unos escudos de
protección policial para dejar en uno de los almacenes y desató de nuevo la ira
de Cristóbal.
–¿Y
ese quién es? ¿Me vais a negar que no ha venido ya de viaje? Además, ha tenido
que luchar contra los extraterrestres porque trae un equipo de lucha marciana.
¡Yo también quiero ir a la Luna! –sus ojos fijos en la nada, su voz cada vez
más aguda e introduciendo palabras sin sentido a medida que avanzaban sus
gritos–¡Sé que se han puesto a la venta los billetes para viajar a la Luna!
¡Quiero mi billete y no me vengáis con más monsergas!¡Lo acabo de ver en la
televisión, se puede viajar a la Luna!
–Así
que ya ves el numerito que nos ha montado esta tarde –concluyó el comisario.
–¿Tú sabes por qué tiene ahora la fijación de ir a la Luna?
–Me ha comentado Emilia que, desde que ayer en el
telediario dijeron que iban a lanzar de nuevo un cohete a la Luna para ver si
encontraban indicios de vida, lo ha encontrado muy nervioso. Se le ocurrió
decirle en tono de broma que en poco tiempo los viajes del Imserso se
reservarían para ir a la Luna y ya no piensa en otra cosa. Sí, su Alzheimer va
de mal en peor.
–Venga, cógelo y llévatelo a casa. –Me condujo a la
sala de espera donde otro agente lo estaba entreteniendo.
–Gracias comisario.
Me acerqué a recoger a mi padre. De reojo comprobé
que el becario no se había movido del sitio y pensé que, para
ser su primer día, no había estado nada mal la
experiencia.
–Venga Cristóbal, hazle caso a Jacinto y para casa
–dijo el agente que aguardaba con él.
–El comisario nos acompañó a la puerta. Se acercó a
mi oído y me dijo:
–No es necesario que me repitas tanto lo de
comisario. Mis agentes saben que somos hermanos.
El lienzo que ilustra esta relato ha sido realizado por la pintora Rami Brotons y cedido a la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de su localidad.
Eixe cap.....també vol anar a la lluna.
ResponderEliminarTraurem bitllet d'anada i tornada per si de cas........
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