La tormenta Celia
Bajé un poco la ventanilla del coche y la brisa acarició mi mejilla para silbar al oido que tendríamos un tiempo complicado. Fijé los ojos en la cima de la montaña y los altocúmulos lenticulares confirmaron el viento en altura. Nos quedaban varios quilómetros para llegar al destino. Esta vez el cielo se pintaba del color de la tierra sahariana como nunca antes se había vislumbrado. El sol luchaba por abrirse paso con resultado poco fructífero. Insistentes sus rayos, surcaron arropados por fractoestratos siempre presentes cuando se hacían necesarios. Confirmaron su pronóstico los estudiosos de la meteorología con los que tanto apostamos en nuestras tertulias. Porque siempre se acaba hablando del tiempo en cualquier escenario. Vimos un cielo rojo fascinante. Lo que no contábamos era la lucha que mantendrían durante días el viento, el polvo en suspensión y las canciones cruzadas de los árboles que no querían ser zadandeados sin saber por qué los pájaros no se movían de los cables el