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Chano y el hatillo

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  Cuando mi primo me contó esta historia, le pregunté en varias ocasiones si el hecho fue tal y como lo narra. La verdad es que sus travesuras son de las que no sabes si emplar un tiempo para hacerle reflexionar o simplemente empatizar con la mente de un niño con ganas de experimentar en la vida.  Llevaba varios días enfadando a su madre y acababa con la cantinela  —si no me queréis me voy de casa—. No tendría en ese momento más de 3 o 4 años. Pero vaya ¡ muy resuelto el niño! Previa discusión, que era casi a diario, llegó el día en que su madre le preparó una muda, un jersey y pantalones, todo ello enrollado en un pañuelo grande y le dijo — ¡ahora es cuando te vas!— Lo dijo, evidentemente, sin ánimo de echarlo; sino para que viera que no valía la pena ir por ese camino tan agotador y de tanta hartura. Lo plantó en el rellano de casa con el hatillo hecho y cerró la puerta.  Chano, simplemente, decidió sentarse en las escaleras. Su madre no se despegaba de la mirilla de la puerta. Lo vi

El aeropuerto

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  Hoy en día nos cuesta creer que hubo un tiempo en que los aeropuertos eran el recurso familiar para pasar las tardes de domingo con los niños. ¡Qué emoción levantar la cabeza y ver sobrevolar a ese pájaro gigante!. La boca abierta ante el estruendo que se formaba por encima de nosotros. Parecía como si se abriera el cielo. Nuestros padres sabían que disfrutábamos y   alentaban el espectáculo entre bocado y bocado de la merienda. Recuerdo que éramos muy pequeños. Hermanos y primos de edades similares que nos encantaba imaginar historias. Ruido ensordecedor ante e l griterío que formábamos al ver aparecer a los aviones en la pista. Los despegues generaban adrenalina y con nuestros bracitos seguíamos la silueta en el aire. ¡Fiuuuu! De derecha a izquierda los que se iban y al contrario para los que iniciaban el aterrizaje. En ambos casos plaudìamos como si formáramos parte de la tripulación o el pasaje. No teníamos ni idea del destino de los trayectos, pero por los nombres de los aviones

La tormenta Celia

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  Bajé un poco la ventanilla del coche y la brisa acarició mi mejilla para silbar al oido que tendríamos un tiempo complicado.  Fijé los ojos en la cima de la montaña y los altocúmulos lenticulares confirmaron el viento en altura.  Nos quedaban varios quilómetros para llegar al destino. Esta vez el cielo se pintaba del color de la tierra sahariana como nunca antes se había vislumbrado. El sol luchaba por abrirse paso con resultado poco fructífero. Insistentes sus rayos, surcaron arropados por fractoestratos siempre presentes cuando se hacían necesarios.  Confirmaron su pronóstico los estudiosos de la meteorología con los que tanto apostamos en nuestras tertulias. Porque siempre se acaba hablando del tiempo en cualquier escenario.  Vimos un cielo rojo fascinante. Lo que no contábamos era la lucha que mantendrían durante días el viento, el polvo en suspensión y las canciones cruzadas de los árboles que no querían ser zadandeados sin saber por qué los pájaros no se movían de los cables el

Interesante

  Tengo una peseta y no se qué hacer con ella. El otro día encontré otra y la recogí del suelo. Durante siete días me iban saliendo al paso, hasta que acabó la semana. Total siete pesetas. Interesante. Perdí un libro mientras iba en metro. Al salir a la superficie encontré uno en un banco. Yo no sabía que habían libros viajeros, leí la primera página e indicaba que cuando lo terminase lo dejara en un banco. Venía de Logroño. Parecía interesante. Fui a comprar al mercado y en la cafeteria central leí un cartel con letras escritas con un rotulador rojo "regala una barra de pan". Me explicaron que hay gente que no puede comprar el pan y los clientes dejan pagadas las barras para quien las necesite. Parecía una interesante iniciativa . Me fui sonriendo y valoré que hay gente muy buena que no se da a conocer. Dos esquinas antes de llegar a casa me llamó la atención un garage. Siempre permanecía con la persiana bajada y abandonado. Ahora lucía un cartell muy llamativo "Banco

La serpiente

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  🌓🌓🌓 Igual que una alcachofa a la que hay que ir despojando de sus capas, la serpiente se despoja de su piel, la mariposa nace y los huevos de una gallina van a la paella o producen vida. Son elecciones que se hacen voluntaria o involuntariamente mientras las agujas del reloj van al son de su tic tac.  Somos un mundo universal, incluso en su redundancia, en el que nuestra mente no está preparada para aceptar decisiones ocultas bajo un egocentrismo innato.  Pero, cuando se trata de  la libertad personal. Cuando se trata de rasgar de un zarpazo tu propia vida y la de tu familia por los intereses políticos de una sola nación. De un solo hombre, en este caso. No tiene explicación  ni visto desde los sentimientos ni desde ninguna otra parte. Es en este momento cuando algunos seres humanos se olvidan de su propia característica. Su humanidad. Estamos en la octava etapa de una situación bélica que está desarraigando a familias enteras por miedo a ser bombardeados de un momento a otro.  Me

Chano y La Dama de Elche

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  Al finalizar cuarto y reválida, desde el colegio se organizó una excursión a Madrid.  Chano tendría unos doce o trece años y mucha ilusión.En su casa siempre se había dicho que La Dama de Elche estaba alli,en la capital. Sus padres, tantos años lejos de la Comunidad Valenciana, le inculcaron el amor por las tradiciones de la familia de orígen. Y, por supuesto, el hallazgo en Elche de La Dama siempre fue un símbolo muy querido para la ciudad y para todos los ilicitanos, como así le contagiaron el amor por esta tierra. Chano, con la mente siempre curiosa, pensó que era el momento idóneo para apreciar con sus propios ojos la belleza ibera tan idealizada.  Uno de los dias en que el programa de visitas les concedía un par de horas libres, él y su amigo Víctor - que era valenciano-, acordaron salir del hotel temprano y coger un taxi.  El taxista,sorprendido por la edad de sus clientes y por la unanimidad de respuesta al preguntar a qué dirección les llevaba, pensó que se habrían dormido e

Luna lunera

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  Miró hacia el cielo y preguntó—¿de qué se ha llenado? La inocencia infantil cuestiona matices obvios que los adultos pasamos de largo.  Nuestro mundo pierde la fantasía e ilusión por recrear animaciones en la naturaleza y en el cosmos.  —¿Si se llama luna llena será por algo? —insiste.  La miras con detenimiento y descubres sus montañas, sus océanos, tal vez algún ser fantástico que te saluda con su mano, pero imperceptible a tus ojos racionales que sólo ven un calendario lleno de tareas en tu agenda diaria. Ciérralos para juntos imaginar una excursión por sus cráteres. Mochila y agua para el camino. Hasta se te dibuja una sonrisa y vuelves a ser niño.  ¿A que ahora puedes recordar que también TÚ preguntabas por qué el mar tenía tanta agua? Como un cuadro al óleo no puedo ni quiero olvidar a ese niño rubio de ojos azules, mirando al cielo a través de la puerta de madera azul desgastada. Esa que cerraba el pequeño patio,pero que, entornada, dejaba que la mano lunera  acariciara su car