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¡Ya se van!

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 Como un mantra repetido de madrugada con voz queda en el silencio  de la noche.  Ya se van.  No busques su significado. Es sólo una expresión cargada de sentimiento. Un hilo que conecta a  personas  y que sólo ellos  saben descifrar.  Ya se van. No importa si hace calor o si hay que abandonar las sábanas calientes en las gélidas o ventosas noches de invierno. Tampoco si la vuelta a casa será fructífera o si vendrán con las manos vacías. ¿Te has parado a pensar? Ya se van. ¡Hay tantos oficios invisibles! Las manos entumecidas por la congelación bajo las estrellas sea en calma o en temporal.  Nosotros en cambio, sólo tenemos que ir a la lonja y regatear el valor económico del pescado. Un precio tasado que no compensa el esfuerzo y la vida del marinero.  Y mientras, acostados en nuestra cama, oímos el leve rumor de los motores de los barcos abandonado el puerto. El silencio de la noche es testigo de la partida  y repetimos día tras día:  ya se van. Ya se van los marineros a faenar con su

La llamada

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  Las 8 de la mañana y suena el teléfono. Salto de la cama con angustia y, tropezando en la oscuridad, no llego a tiempo. En el trabajo lo tengo en silencio y al llegar a casa veo dos llamadas más; como son de número oculto no puedo devolverlas. Me empiezo a preocupar. A  las 15h, preparando la comida no lo oigo. Entre siesta, compras y vuelta a casa, se quedan grabadas otras llamadas  a las 16h, y también a las 21 o hasta incluso las 22h. ¡Tiene pinta de complot! A veces me parece que es una prueba de resistencia  humana. O una técnica de ventas demasiado agresiva. Hay muchas personas mayores a las que es muy fácil embaucar con algún producto que ni siquiera les interesa, pero  se lo ofrecen con mucha cortesía siendo una diana  perfecta para su objetivo. ¿Nadie puede parar esta invasión en tu propia intimidad? Hay veces que por deferencia contestas y hasta intentas resultar educad+, porque al fin y al cabo la persona al otro lado del teléfono es un asalariad+s que hace su trabajo. Per

Aniversario

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  Cada día alguien celebra su aniversario. Nos gusta conmemorarlo. Tenemos los cumpleaños, que si es cierto a partir de cierta edad las velitas de la tarta no son números, pero sigue emocionando soplar oyendo el cumpleaños feliz. Otros aniversarios que se festejan son los años de relación que llevan las parejas, por contra también los aniversarios del tiempo de paz después de un divorcio más o menos agitado, los de amistad, los de apertura de un local –tan difícil en estos tiempos. En fin, que por regla general nos gusta celebrar u olvidar las cosas poniéndoles fecha. Todo lo tenemos que pasar por el filtro del razonamiento. Ese coladorcillo que por muy pequeños que tenga los agujeros, lo hacemos pasar aunque sea a empujones. Si a alguien no le gusta estos acontecimientos se le critica por estar fuera de toda norma. ¿Quién impone las reglas morales?¿A partir de qué momento nos sentimos atrapados en ellas? Me da un poco de pereza debatir sobre estos temas. Es como cuando alguien te dice

Chano y la quiniela. Parte I

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  Cuando Chano era pequeño, hace de eso bastantes años, no tendría más de cinco, rellenó su parte de la quiniela de fútbol. Era costumbre que, tanto mis tíos como él, se encargara cada uno de una columna. Así me lo relató y quiero compartirlo con ustedes: Los domingos traían consigo un aliciente para Chano: la espera de los resultados. No había muchas distracciones como ahora. Sobre todo los chicos, eran muy futboleros. Cromos, barajas de futbolistas que se intercambiaban cuando los tenían repetidos... Esas cosas. Ese día iba contando los aciertos: uno, dos, diez, ¡madre mía! ¡qué locura es esta! Cuando llegué a trece los ojos se me abrieron cual puerta de grandes almacenes el primer día de rebajas sin covid19. ¡El aparato de radio estaba confabulado con la magia de mi suerte!  Quedaba sólo un partido. ¡Oh no! éste tardaría en salir. Mi imaginación empezó a dibujar situaciones magníficas porque iba para rico.  Acababan de anunciar que el último resultado saldría sobre las doce de la no

Para todas ellas

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  Un día cualquiera de una semana como otras. Nos cruzamos en la plaza del pueblo. Yo iba con prisas e hice un saludo general, casi al aire. Pensé –¡qué barbaridad ni me he parado a cruzar unas palabras con ella después de tanto tiempo!– De esas cosas que le das una vueltita a la cabeza, te giras y ya no la ves. Es algo que me ha llamado la atención y no sé muy bien. Siento necesidad de hablarle. La fortuna vuelve a cruzarnos  delante de la panadería. Hay cola, pide la vez y yo soy la última. —¡Buenos días! disculpa no haberte saludado antes, pero iba pensando en lo que tenía que comprar —¡Cuánta gente! Mi marido me espera en casa. Se pone muy nervioso si tardo en volver. Le gusta estar en mi compañía. Me quedo perpleja. Nunca me había dicho nada ni lo hubiera sospechado. Ni siquiera me ha contestado. Encerrada en su bucle. Mirada triste. Apagada. La cara sin luz. Las comisuras de los labios caídas así como sus ojos. Cavernosos. Temerosos. Su cuerpo comprando el pan y su cabeza intenta

Reencuentro

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 Tienes hoy una mirada tan intensa que parece que se te amontonen las preguntas sin dejar espacio al aliento que necesitas para respirar. Me siento ruborizada ante tanta intensidad.  Después de tanto tiempo pensé que no me ibas a impresionar de la manera que lo estás haciendo en este mismo instante. ¡Hemos tardado tanto tiempo en encontrarnos! Te he buscado siempre que recorría los lugares que frecuentabas con el recuerdo de aquellos días que tanto me hiciste disfrutar. Imaginaba mil historias sobre tu ausencia, pero claro, tu ideal de vida te ha llevado por mil rincones.  Has vivido siempre en plena naturaleza y cerca de los ríos del agua más dulce que pudieras encontrar, te gusta aparecer en los ambientes más selectos aunque también la aventura te ha sorprendido más de una vez.  No he dejado de pensar en la suavidad de tu piel, el aroma que dejabas a tu paso y el sabor que quedaba cuando nos transformábamos en ese momento mágico que siempre iba acompañado de una copa de vino. Blanco,

Hoy no quiero decir nada

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 Hoy no quiero decir nada porque tampoco se tiene que estar hablando todo el rato.  Mientras muevo la cucharilla  en la taza del café cortado,- que no sé porqué lo llamamos así-, no quiero pensar en nada.  No me quiero acordar que nos supera la sobreinformación cuando encendemos la televisión  y nos hablan día tras día de la subida de la luz. En vez de anunciarnos que se está trabajando por mantener unos precios adecuados al nivel de vida de las clases más desfavorecidas, que son  las más oprimidas y con más dificultades para afrontar el día a día. Veo que no me han servido el azúcar y cuando me dispongo a llamar a la camarera me acuerdo que lo tomo solo. En ese momento me ha venido a la cabeza un tema, pero como no quiero hablar, tampoco voy a  comentar sobre la bajada de las tasa de desempleo en nuestro país porque sólo se trata de  momentos estacionales muy puntuales. El trabajo es muy inestable y nunca se acaba de formar a la gente porque cuando se inicia dicho proceso hay que fini