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¡Taxi, por favor!

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 Escuché en la radio que hablaban de los taxistas. Me gustó la opinión de alguien que los consideraba  monologuistas natos. Cierto. Y también añadiría que unos sicólogos sin título ( a no ser que el taxista lo sea de forma académica también). Siempre me ha sorprendido que cada vez que coges un taxi, al menos en mi experiencia, la situación se plantea de forma distinta. —¡Taxi, por favor!  La luz que vislumbravas verde, cambia a roja. Ya tienes taxi. Te subes en los asientos posteriores y el taxista te pregunta o simplemente hace un giro de cabeza que traducido quiere decir ¿dirección? Le proporcionas los datos necesarios y le da al localizador de calles. Mientras veo que manipula el aparatito desvio la mirada al retrovisor delantero y me encuentro con los ojos del taxista. Clavados en el espejo y observándote. Pienso — ¿no necesitará centrarse en el callejero electrónico ? Pues no. Manos y ojos son independientes. Es el momento clave para que te psicoanalice por si tiene que subir la r

Palabra de vieja

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  Tanto en singular como en plural, de entrada resulta una etiqueta algo incómoda,, a mi parecer.  Al pronunciarla descargamos una entonación con peso en lo de "vieja". ¡ Palabra de VIEJA!. Y vieja es un adjetivo femenino. Porque cuando dices "palabra de viejo", el tono es bastante más uniforme; sin golpe de voz al pronunciarlo. Prueba a ver. En cambio, si pensamos en su significado, hace referencia a conocimientos  adquiridos por mujeres u hombres que tratan de advertirnos o aconsejarnos sobre situaciones que conocen muy bien. Suelen equivocarse poco. Tal vez sea porque han vivido experiencias de las que han aprendido cierto bagaje que ahora se muestra con una personalidad cargada de aplomo. Su mirada cálida comprende que cada persona tiene que hacer su recorrido vivencial. Renegar de imposiciones. Rebelarse ante imposibles. Enemistarse con el mundo mundial para que llegue un día y también le contesten otros jóvenes: "palabra de viejos". Otra cosa  son la

La Mampara del baño

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  No se si les ha pasado que cuando visitas una casa, y te enseñan todas las estancias; el baño es un punto de referencia importante. Entras. Observas lo bien decorado que está. Piensas en el tuyo y lo comparas consciente o inconscientemente— generalmente porque el tuyo lo tienes más "funcional".  Los estantes, todo tan bien colocado a la vista; las cajoneras, con unas toallitas muy monas que parecen de un hotel  de cinco estrellas, con sus bandejitas acordes al resto de la decoración. Y cuando giras la cabeza hacia la ducha, es entonces cuando se te abren los ojos como platos ante una mampara transparente. Impoluta. Sin asomo de gota de agua reseca; como si fuera un espejo en el que te ves al trasluz. ¡Y es que te ves! Piensas —¡seguro que este baño no lo usan! Siguen enseñándote la casa y tú esperando a ver el segundo cuarto de baño. Ese que seguro tendrá una mampara opaca y con relieves simulando gotas de agua, de la que puedes salir corriendo en las mañanas que se apura h

Chano y el hatillo

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  Cuando mi primo me contó esta historia, le pregunté en varias ocasiones si el hecho fue tal y como lo narra. La verdad es que sus travesuras son de las que no sabes si emplar un tiempo para hacerle reflexionar o simplemente empatizar con la mente de un niño con ganas de experimentar en la vida.  Llevaba varios días enfadando a su madre y acababa con la cantinela  —si no me queréis me voy de casa—. No tendría en ese momento más de 3 o 4 años. Pero vaya ¡ muy resuelto el niño! Previa discusión, que era casi a diario, llegó el día en que su madre le preparó una muda, un jersey y pantalones, todo ello enrollado en un pañuelo grande y le dijo — ¡ahora es cuando te vas!— Lo dijo, evidentemente, sin ánimo de echarlo; sino para que viera que no valía la pena ir por ese camino tan agotador y de tanta hartura. Lo plantó en el rellano de casa con el hatillo hecho y cerró la puerta.  Chano, simplemente, decidió sentarse en las escaleras. Su madre no se despegaba de la mirilla de la puerta. Lo vi

El aeropuerto

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  Hoy en día nos cuesta creer que hubo un tiempo en que los aeropuertos eran el recurso familiar para pasar las tardes de domingo con los niños. ¡Qué emoción levantar la cabeza y ver sobrevolar a ese pájaro gigante!. La boca abierta ante el estruendo que se formaba por encima de nosotros. Parecía como si se abriera el cielo. Nuestros padres sabían que disfrutábamos y   alentaban el espectáculo entre bocado y bocado de la merienda. Recuerdo que éramos muy pequeños. Hermanos y primos de edades similares que nos encantaba imaginar historias. Ruido ensordecedor ante e l griterío que formábamos al ver aparecer a los aviones en la pista. Los despegues generaban adrenalina y con nuestros bracitos seguíamos la silueta en el aire. ¡Fiuuuu! De derecha a izquierda los que se iban y al contrario para los que iniciaban el aterrizaje. En ambos casos plaudìamos como si formáramos parte de la tripulación o el pasaje. No teníamos ni idea del destino de los trayectos, pero por los nombres de los aviones

La tormenta Celia

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  Bajé un poco la ventanilla del coche y la brisa acarició mi mejilla para silbar al oido que tendríamos un tiempo complicado.  Fijé los ojos en la cima de la montaña y los altocúmulos lenticulares confirmaron el viento en altura.  Nos quedaban varios quilómetros para llegar al destino. Esta vez el cielo se pintaba del color de la tierra sahariana como nunca antes se había vislumbrado. El sol luchaba por abrirse paso con resultado poco fructífero. Insistentes sus rayos, surcaron arropados por fractoestratos siempre presentes cuando se hacían necesarios.  Confirmaron su pronóstico los estudiosos de la meteorología con los que tanto apostamos en nuestras tertulias. Porque siempre se acaba hablando del tiempo en cualquier escenario.  Vimos un cielo rojo fascinante. Lo que no contábamos era la lucha que mantendrían durante días el viento, el polvo en suspensión y las canciones cruzadas de los árboles que no querían ser zadandeados sin saber por qué los pájaros no se movían de los cables el

Interesante

  Tengo una peseta y no se qué hacer con ella. El otro día encontré otra y la recogí del suelo. Durante siete días me iban saliendo al paso, hasta que acabó la semana. Total siete pesetas. Interesante. Perdí un libro mientras iba en metro. Al salir a la superficie encontré uno en un banco. Yo no sabía que habían libros viajeros, leí la primera página e indicaba que cuando lo terminase lo dejara en un banco. Venía de Logroño. Parecía interesante. Fui a comprar al mercado y en la cafeteria central leí un cartel con letras escritas con un rotulador rojo "regala una barra de pan". Me explicaron que hay gente que no puede comprar el pan y los clientes dejan pagadas las barras para quien las necesite. Parecía una interesante iniciativa . Me fui sonriendo y valoré que hay gente muy buena que no se da a conocer. Dos esquinas antes de llegar a casa me llamó la atención un garage. Siempre permanecía con la persiana bajada y abandonado. Ahora lucía un cartell muy llamativo "Banco